Decir adiós
13 mayo, 2020
Por: Dra. Mirta Castillo
Psiquiatra. Terapeuta sexual y de pareja
Centro Vida y Familia Ana Simó
A medida que transcurre la vida del ser humano, este se va encontrando en el camino con muchas situaciones o cosas que hacen ese recorrido más agradable y lo llena de grandes alegrías y gratas sorpresas que van alimentando su optimismo, con la fe y la esperanza puesta en un futuro mejor.
Sin embargo, así como es capaz de hallar y consolidar con sus acciones sentimientos tan hermosos que logran darle sentido a su existencia, así mismo es capaz de experimentar otros negativos, que se caracterizan por pérdidas que pueden ser de cualquier tipo, las que se enmarcan tanto dentro del plano material como del físico o espiritual; así la pérdida de un hogar, un empleo, una oportunidad de ascender en su carrera, unos estudios truncados por diferentes razones o circunstancias, o el no poder suplir sus necesidades básicas; determinan que en un momento dado se pueda desbalancear ese anhelado equilibrio que intenta mantener a toda costa y se ve sometido a muchas presiones externas para lograrlo; pero entre todas ellas, hay algunas con las que al individuo se le hace difícil lidiar, son las que tocan su espíritu o limitan su desempeño en el aspecto corporal, lo que le representa una noción de ser que deambula con la única certeza de su finitud, en su paso por este lugar temporal al que llamamos tierra. Tan consciente está el individuo de esto, y le preocupa tanto, que en innumerables ocasiones se esfuerza más allá de sus límites y se exige a sí mismo sacrificios que supone le van a garantizar que se prolongue o nunca llegue esa cita ineludible con su destino.
Expertos e investigadores en las ciencias de la conducta humana, como sociólogos, psiquiatras, psicólogos y trabajadores sociales, entre otros, se han sumado al interés que tienen profesionales de otras áreas, como la filosofía o la educación para estudiar la complejidad de ciertos fenómenos que afectan a la sociedad; y qué mejor ejemplo que la investigación de la dinámica que se produce en las interacciones humanas y el estudio de la conexión que existe entre la vida y la muerte de cada uno de los sujetos que formamos parte de esa sociedad. En este sentido, tendríamos que agregar que dentro de estos fenómenos que guían nuestro pensamiento e inquietud, especialmente en los tiempos que vivimos, está el del proceso de duelo, y del cual se han dado muchas definiciones y se han realizado investigaciones que intentan explicar la manera diferente de reaccionar que tienen las personas en ese proceso evolutivo al que nos estamos refiriendo; y del que tomaremos para efectos prácticos la concepción que se acerca a la dada por la Real Academia de la Lengua Española, y es la que nos habla de “las demostraciones que se hacen para manifestar el sentimiento que se tiene por la muerte de alguien”.
Como podemos notar, entre lo antes expresado y esta definición, “la pérdida de un ser querido es un dolor incomparable que te desgarra el alma y te nubla los sentidos”…y aunque se han dicho muchas cosas sobre el duelo, y existen infinidad de referencias y trabajos que se dedican a interpretar todo ese cúmulo de emociones por el que pasan las personas para lograr la aceptación de ese hecho y pueda que quien haya sido afectado por la partida inesperada o anticipada de algún pariente o familiar, haya aprendido a retomar el rumbo de su vida a sabiendas de que ese ser ya no estará presente y tendrá que acostumbrarse a vivir con su ausencia física aunque no así con la espiritual.
Sin embargo, habrá otros a los que les cueste más aceptarlo, por ser algo que genera mucho temor, sobretodo en culturas como la nuestra en las que no estamos preparados para recibir la muerte de una manera tranquila y que forma parte de lo que cada uno de nosotros tendrá que pasar en su momento, aunque no queramos y pongamos la mayor resistencia en ello. En especial si se trata de alguien con quien tuvimos una estrecha relación, se nos hace más difícil seguir lo que dice aquella canción “…para decir adiós solo tienes que decirlo…”, pero cómo pedirle eso a alguien que está roto en mil pedazos por tanto sufrimiento, por esa pena que no la calma ni siquiera expresiones como: “mi sentido pésame”, “recibe mis condolencias” o “que Dios les dé mucha fortaleza”, y así otras por el estilo; y no se trata de que la persona no sea creyente o tenga algún tipo de formación religiosa, no, es algo que va más allá de cualquier entendimiento porque cuando se pasa por este trago tan amargo como el de ver morir antes a otro, eso lo transforma de un modo que ni siquiera él o ella llega a comprender muchas veces lo que le ocurre, pues pasa por períodos de desconcierto o asombro, otras de enojo o una ira incontenible, se siente impotente o frustrado y hasta confundido y sin saber qué hacer.
En algunos momentos le echa la culpa a otros, se queja de quienes pudieron hacer más para evitar ese funesto final, lo que incluye instituciones, líderes políticos, comunitarios o espirituales; todo con la intención de aliviar en algo ese dolor inmenso que no logra mitigar con nada. También en algunos casos se le dificulta más elaborar el duelo por el hecho de estar distante de la persona fallecida, bien sea por encontrarse viviendo lejos de esta o porque alguna rencilla o discusiones que tuvieron en el pasado los hicieron distanciarse y en ese caso el sentimiento de culpa o el resentimiento puede agravar esa situación. Otro caso son los parientes con enfermedades largas o graves para los que la persona se convirtió en su cuidador, y este no sabe cómo estar aliviado sin que eso le resulte incómodo.
Son diversas las situaciones que rodean al moribundo, al fallecido y a sus dolientes, y todas ellas debemos tenerlas en cuenta a la hora de tomar cualquier decisión. Lo que vivimos hoy en el mundo, la mayoría no nos lo esperábamos, este terrible flagelo del Covid-19, ha cobrado la vida de muchas personas y la cuenta sigue en aumento a pesar de los esfuerzos de muchos gobiernos y de científicos brillantes. A las personas se les ha hecho difícil asistir a los rituales funerarios de sus seres queridos; hemos visto cómo en muchas partes hay “cadáveres” cuyos familiares no tienen siquiera el derecho a darles un velorio decente, algunas personas por el confinamiento impuesto no pueden acercarse a dar la despedida a su ser amado, no se puede saber a ciencia cierta cuántos más están sumidos en la tristeza y desesperación por no poder acompañar hacia su última morada a su querido deudo, los rituales mortuorios o los funerales presenciales en un velorio en donde el café o el chocolate, y los susurros de la gente en medio de oraciones por el eterno descanso de quien se nos adelantó, han sido sustituidos por fosas comunes, crematorios, plegarias lanzadas al viento o velones solitarios consumándose en algún cuarto en donde un(a) viudo(a), un padre o una madre, un(a) hermano(a) llora en silencio.
Lo que nos queda por hacer para aceptar la pérdida, es fortalecernos con la red de apoyo sociofamiliar que tenemos, aprovechando la tecnología para ello, cultivar el espíritu a través de actividades que nos alejen de ese estrés que nos agobia, buscar ayuda institucional, mantener una comunicación asertiva con quienes nos sirven de enlace para alcanzar esa meta. De este modo, estaremos más cerca de esos seres de luz que se nos adelantaron en la partida, y en cierta forma cumplir con lo que también dice la canción “…estaré por siempre agradecido…”; es la mejor forma de “DECIR ADIÓS”.